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LA poesía confesional de Louise Glück (Nueva York, 1943), Premio Nobel de Literatura 2020, alcanza una nueva dimensión con El iris silvestre (1992), su obra más ambiciosa. En este libro, merecedor del Premio Pulitzer de Poesía, la autora levanta sobre el espacio de un jardín, devenido escenario, un teatro polifónico en el que ni la voz del individuo ni su identidad son ya estables, unívocas y transparentes. El sujeto lírico, consciente de su mortalidad y atrapado en el paradójico impulso de experimentar el amor humano a la vez que desea trascender el propio cuerpo, se dirige a un dios inefable sustituto del padre perdido para trasladarle su deseo de comunicación o de afecto, pero también sus inquietudes y reproches. Mientras, a su alrededor, las flores encarnan un coro de voces que critican con cierto sarcasmo la ambición de querer escapar a los ciclos de vida y muerte de quien, como ellas, ha sido plantado en la tierra por un poder más grande. A través de la naturaleza la luz, la mañana, el viento responde la divinidad interpelada, cerrando así una conversación a tres voces que no es sino un monólogo de la autora en torno a los temas que caracterizan toda su obra: la familia, el deseo, la mortalidad, la trascendencia, la ambivalencia de las pasiones y la memoria.