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Salir, salíamos a diario, incluso durante el invierno que siguió a mi viudedad y la lluviosa primavera que le sucedió. Gorri confiaba a pie juntillas en lo saludable que era salir, caminar y, de paso, relacionarnos, ver gente, aunque prácticamente todos los días teníamos alguna visita en casa. Eso sí, cada vez que llovía había que aguantar sus quejas. Luego dirán que con la edad se va apagando, debilitando, la pasión. Normalmente, cuando la gente habla de la vejez generaliza a partir de sus propias experiencias o, si no, lo hace como si el certificado de nacimiento condicionara toda su existencia. Eres demasiado mayor para empezar una nueva vida, me había dicho mi hijo y, aunque no soy rencorosa, la frasecita todavía no se me ha olvidado. En mi caso se puede decir que las escasas inquietudes que pude tener de joven se han extinguido, y que esa es una de las ventajas que tiene la vejez para mí. En el caso de Gorri, con los años se ha vuelto cada vez más activa e impaciente, o al menos eso me dice la memoria, que ya se sabe, es propensa a falsear la realidad.